De todos es sabido, a estas alturas de la crisis de la COVID-19, las especiales dificultades que estamos teniendo a la hora de adaptarnos a las condiciones de vida que nos vienen impuestas.
Los médicos y psicólogos sabemos de las múltiples complicaciones que todo esto genera a la hora de superar los estados de duelo, o simplemente llevar adelante la vida cotidiana y conservar el equilibrio mental, especialmente si nos encontramos ante personas que ya habían tenido antecedentes psiquiátricos o sufren de especial vulnerabilidad. Todo ello derivado de las limitaciones que tenemos que aceptar en nuestra libertad de movimientos y en el uso de los recursos sociales normales que son tan importantes para mantener nuestro bienestar psicológico. A todo esto se suma la imposibilidad de celebrar con normalidad estas fechas tan señaladas.
Hasta en el contexto dramático de la Primera Guerra Mundial sucedió, de forma espontánea entre los soldados de las trincheras, la iniciativa de improvisar una tregua en la que se canceló transitoriamente la hostilidad mutua y se hicieron prevalecer los impulsos de hermandad entre los seres humanos. Tal es el poder de estas fechas que tienen este especial simbolismo desde tiempos inmemoriales.
En estos momentos esto se ve impedido por la certeza de que no podemos permitirnos ponernos en riesgo, y el impulso de estrechar lazos se ve bloqueado por el miedo a ser víctima de un enemigo invisible que no sabemos dónde puede estar agazapado.
Ahora más que nunca debemos poner en valor la plasticidad de la mente humana, y darnos cuenta de que existen múltiples maneras de mantener el contacto con nuestros seres queridos, que no es tan imprescindible el puro contacto físico, y que el mismo efecto de reactivación de las tramas vinculares que tan importantes son para ser quienes somos puede lograrse por vías mucho más sutiles que la cercanía física: poner especial cuidado en no dejar de llamar a las personas que nos son cercanas, acordarnos de los que están especialmente solos en estas fechas, y usar ampliamente los medios telemáticos para lograr una calidez de trato que, si se pone empeño, resultan sorprendentemente eficaces.
Una característica del psiquismo humano es su capacidad de encontrar siempre nuevas vías de conseguir lo mismo: buscarnos los unos a los otros, compartir y así enriquecernos, aprender de la experiencia y afrontar las dificultades creciendo y tomando conciencia de que cualquier penosidad puede ser superada si aprendemos a pedir poco, conformarnos con menos, y agradecer mucho. El ser humano ha superado toda suerte de calamidades, y en esos contextos, más que en las épocas de bonanza, ha sido cuando ha producido los momentos más emocionantes de nuestra singladura como especie. Y ha sido feliz en todas las épocas. La nuestra, incluso ahora, es sin duda la más afortunada de la historia de la humanidad en cuanto a acceso a los medios para nuestra autorealización.
Sí, se puede. Feliz Navidad.