La cantidad y la calidad del sueño inciden de manera directa en el estado físico y mental, y se reflejan en la salud, el rendimiento y el ánimo.
Dormir bien es importante desde la infancia hasta la vejez. Durante el sueño profundo aumenta la liberación de la hormona del crecimiento, se recupera la columna, se restauran los músculos, se refuerza el sistema inmune, se regulan los niveles de azúcar y el apetito… De ahí que dormir poco y mal aumente el riesgo de sufrir obesidad, diabetes, hipercolesterolemia, hipertensión arterial o un infarto. En tanto que dormir bien nos protege incluso de las infecciones y hasta nos ayuda a tener mejor aspecto.
Mientras dormimos, nuestro cerebro fija los recuerdos y lo aprendido durante el día. También se repone del cansancio para permitir que nos concentremos, pensemos con claridad y reaccionemos con rapidez. Por el contrario, dormir mal se traduce en una disminución del rendimiento laboral y escolar y en un aumento del riesgo de accidentes.
En cuanto al estado de ánimo, la irritabilidad es una buena conocida de quienes tienen problemas para dormir, con la consiguiente dificultad para las relaciones interpersonales. Además, la falta continuada de sueño predispone a sufrir estrés, ansiedad e incluso depresión.
¿Cuánto se debe dormir dependiendo de cada etapa vital?
Diferentes estudios han demostrado que el exceso de sueño es tan negativo para la salud como la privación del mismo, y aunque las horas exactas que debe dormir cada uno dependen de cada cual, hay unos rangos bien definidos para las distintas etapas vitales que nos pueden servir de guía.
Se sabe que tanto el exceso como la privación de sueño son perjudiciales para los sistemas metabólico, endocrino e inmunológico. Y aunque es imposible fijar un patrón único en cuanto a las horas de sueño que cada uno necesita, los expertos sí establecen los límites mínimo y máximo de horas que debemos dormir para sentirnos bien y disfrutar de salud física, emocional y cognitiva. Estas son las horas diarias de sueño recomendadas por edad:
Recién nacidos (0-3 meses): 14-17. El exceso puede alterar su desarrollo cognitivo o emocional al verse limitada su interacción con el entorno más cercano.
Lactantes (4-11 meses): 12-15.
Niños pequeños (1-2 años): 11-14. Dormir menos de lo debido se asocia a obesidad, hiperactividad, impulsividad y desarrollo cognitivo bajo.
Niños en edad preescolar (3-5 años): 10-13.
Niños en edad escolar (6-13 años): 9-11. Dormir poco dificulta el funcionamiento cognitivo, y en consecuencia supone un menor rendimiento académico.
Adolescentes (14-17 años): 8-10. Un sueño de corta duración a esta edad puede llegar a provocar un descenso en el nivel de alerta, accidentes, depresión o distimia, obesidad y bajo rendimiento escolar.
Adultos (18-64 años): 7-9. Se ha encontrado relación entre sueño de corta duración y presencia de fatiga diurna, afectación psicomotora, accidentes, deterioro de la salud física y psicológica y bajo rendimiento académico o laboral.
Ancianos (> 65 años): 7-8. Los ancianos que duermen las horas necesarias tienen mejor funcionamiento cognitivo, menos enfermedades físicas y mentales y mejor calidad de vida en general.